Las cocinas ocultas de Veracruz: esperanza de buscadores, reducida a cenizas
Written by AdminFiesta on 21 febrero, 2020
Las “cocinas” son una forma perfeccionada de la desaparición, que llevó al extremo de volver prácticamente imposible la identificación de una persona. Una crónica de la periodista Violeta Santiago en Aristegui Noticias. Por Violeta Santiago/ Poza Rica, Veracruz Hay algunas historias de búsqueda en campo que suelen empezar con detalles del clima, sean falsos o no. Aquí el calor poco importa. Quizá la lluvia pueda ser molesta para buscar, pero la falta de sombra no detiene a los familiares que exploran un rancho al pie de los cerros que fungen de atractivo natural para un fraccionamiento de alto poder adquisitivo. Una barda de unos dos metros de alto, coronada con rollos que despuntan navajas de acero, separa a la idea de seguridad, de paz, de una tierra que vomita ropa cuando se cava en ella. Mario Vergara me dijo en una ocasión que no era normal que se encontrara ropa en los cerros y, sin embargo, aquí y en otros puntos que se han buscado en el norte de Veracruz durante los últimos días esta práctica es casi ritual: cavar, ahí donde la tierra luce diferente a los ojos de los familiares convertidos a capricho del destino en expertos forenses; espulgar la tierra y hallar calzones, camisas, trozos de bóxers, pantalones raídos. Y, a pesar de todo, es lo más que se ha podido encontrar en esta brigada que ha recorrido puntos en Papantla, Coyutla, Poza Rica o Tihuatlán, porque lo que han descubierto los buscadores es una situación que reduce sus esperanzas a cenizas o menos que eso, literalmente: la presencia de más de una decena de “cocinas”. Desaparecer en Veracruz tiene una complejidad agregada, admiten diversos buscadores, la mayoría mujeres, que vienen desde otros estados como Baja California norte y sur, Sinaloa o Querétaro. Miguel Trujillo Herrera, quien coordina la búsqueda en campo en la Brigada, explica que la vegetación y el tiempo son sus principales enemigos durante la exploración de terrenos con indicios. La naturaleza, con su exuberancia de coyoles con espinas de agujas hipodérmicas o árboles frutales, borra las marcas de los sitios en donde decenas, cientos –estiman colectivos como el María Herrera, de Poza Rica– de personas fueron asesinadas y desaparecidas por segunda vez. La primera fue cuando les privaron de la libertad; la segunda, cuando les negaron la opción de ser reclamadas y llorados por quienes aún les buscan. Después de diez días de búsqueda, son pocos los restos óseos que la Brigada ha localizado: fragmentos de cráneo, vértebra, costilla y piezas dentales el primer día, en la zona serrana entre Veracruz y Puebla, dentro de Coyutla; un hueso de brazo en un terreno enmontado y cerca del Río Cazones, en la colonia La Rueda, en Poza Rica; y nuevos fragmentos óseos carbonizados en el rancho de “La Gallera”, en Tihuatlán, aquel sitio al que ya se había entrado cuatro veces, pero en donde se siguen desenterrando huesos. Han sido más las jornadas de ocho, diez horas de trabajo en campo que han terminado sin un hallazgo humano –más que ropa o zapatos–, que aquellas en las que se han encontrado restos óseos, pese a las pistas entregadas a la Brigada de que ahí sucedieron cosas horribles. La posible respuesta a esta situación sobre el destino de los desaparecidos en el norte de Veracruz ya parecía apuntar a la respuesta del exterminio total. Entonces la Brigada decide exponer lo que han concluido: en el norte de Veracruz, la característica más cruel de la desaparición de personas habría tomado forma debido a la producción petrolera de la zona. Es decir, que entre los miles de pozos petroleros y mechones que flamean entre el espesor de la vegetación de los cerros, de tambos también rugían las llamas de las “cocinas” humanas, la práctica en la que las personas eran destrozadas, metidas en contenedores de metal de 200 litros de capacidad, acomodadas en el interior como en un emparrillado y disueltas en químicos o combustible, que hasta el momento los buscadores no han podido precisar. De lo que tienen certeza es de la práctica de las “cocinas” luego de explorar físicamente una docena de puntos en los que aún hay tambos de metal abandonados, que incluso han escapado de la rapiña de los vendedores de chatarra, al parecer conscientes de que ahí, en aquel pedazo de metal del que obtendrían unos cuantos pesos, una cantidad incuantificable de personas encontró un terrible final. Miguel Trujillo relata que en la revisión de casi la mitad de los puntos a los que la población les ha encaminado en estas semanas, han encontrado vestigios que apuntan a la práctica de la disolución total de los cuerpos. La noticia es demoledora por dos frentes. Porque, por un lado, para aquellas familias de la zona norte de Veracruz que han buscado a sus desaparecidos por más de un lustro, hasta por una década, significa que las posibilidades de encontrarlos son todavía más bajas. La añoranza de un cuerpo, de huesos, de una tumba, todo eso casi es arrebatado de golpe. Porque un cuerpo es certeza frente a la incertidumbre, a la pregunta de si están vivos o muertos. La otra parte, la que indigna a la Brigada, explica Miguel Trujillo, es que esta modalidad de las “cocinas” data desde cerca del 2011 e incluso las autoridades federales supieron de esta situación, mientras que ante los descubrimientos de los buscadores, han señalado no tener datos de la investigación o procesamiento de este tipo de lugares. La clave está en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIARV/073/2011 que trata sobre una declaración realizada el 31 de agosto de ese año por Karim Muñoz Castillo, detenido por la Secretaría de Marina y presentado ante la Unidad Especializada en Investigación de Asaltos y Robo de Vehículos de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Según este expediente, Karim declaró haber trabajado como policía intermunicipal en Poza Rica entre 1996 y 2007, pero años después de su renuncia, en 2010, ingresaría a las filas de Los Zetas hasta convertirse en “jefe de plaza”. A lo largo de las hojas flanqueadas por las huellas y firma del compareciente y de sellos oficiales, Karim explica no sólo la forma en la que operaba la organización delictiva, sino que reitera la colusión de Los Zetas con la policía intermunicipal del norte de Veracruz, la Policía Ministerial y la Policial Federal división caminos. El detenido relata en la hoja foliada con el número 607 que mensualmente se entregaban 386 mil pesos a la Policía Intermunicipal que operaba en los municipios de Poza Rica, Tihuatlán y Coatzintla, y más adelante explica que, por esa razón, no eran interceptados cuando circulaban por la zona. Pero además de una declaración ante un Ministerio Público Federal en la que el detenido afirma que “es cuestión de investigar a los elementos de las corporaciones policiacas”, también otorga indicios de la existencia de “cocinas” desde aquel entonces. Al final, del grueso documento se ubican dos puntos geolocalizados a través de Google Maps. “Cocina” y “cosina” se repiten como pies de foto con letra de molde, aunque de la veracidad de que fueran escritos a puño y letra por el detenido se llega a dudar cuando en la redacción del MP se encuentran errores como “jente”: “Reconozco la carretera como punto de referencia para yegar a la entrada del lugar que ocupavan como cosina” (sic). Al menos dos ranchos entre Poza Rica y Cazones fueron plenamente ubicados ante las autoridades federales como sitios en donde se aseguraba que se daban las prácticas de “cocinar” a las personas, tanto a quienes consideraban como “rivales” como a víctimas de secuestro. En uno de estos lugares, tras un portón falso del que tenían la llave del candado, a un kilómetro de la carretera, el declarante contó a las autoridades haber visto cómo sus subordinados se llevaron a dos personas y dos tambos metálicos de doscientos litros. Cuatro horas después volvió la camioneta sin aquellos dos pasajeros. Pero dijo desconocer “qué les hacían a los cuerpos de los sujetos que mataban y calcinaban”. Desde aquella declaración fechada en agosto de 2011 por una detención que se incluyó en el comunicado de prensa 279/2011 de la Semar, oficialmente las autoridades federales tuvieron indicios de que en el norte de Veracruz se cometía la práctica de “cocinar” a personas privadas de su libertad, además del activo contubernio entre instituciones y crimen. Pese a la entrega de dos puntos exactos, de nombre de ranchos y ubicaciones ilustradas por Google, lo que ya se hacía hace nueve años no se reveló. Fue hasta que la V Brigada comenzó a buscar en la región y que la reiterada presencia de tambos, pero no de aunque sea un fragmento de hueso, y de testimonios de vecinos que escucharon gritos o el baile del fuego entre el espeso follaje que no correspondía a un mechón de Pemex, como el escenario de las “cocinas” cobró fuerza en este entorno. La desaparición por combustión sería la respuesta a la falta de hallazgos sólidos durante las búsquedas en campo durante esta semana y media, pero también significaría la reducción de las esperanzas de un cuerpo al cual darle sepultura. El ánimo de la Brigada ha mutado en apenas diez días. No sólo es buscar todo el día sin recuperar algún indicio humano, la mayoría de las veces, sino de repente constatar que no hay fosas, sino tambos vacíos. Ropa. Tambos. Tierra. Ropa. Tambos. Silencio. Miedo. Más silencio. Por primera vez escucho a Maricel Torres, dirigente del colectivo María Herrera de Poza Rica, decir que nunca van a encontrar a sus desaparecidos. No así. Mientras atravesamos dos arroyos secos en un rancho con topografía de montaña rusa, Maricel avanza con gracilidad aunque escucho su voz cargada de tristeza. Que las cosas han cambiado con el tiempo, dice sin esconder la frustración de recorrer este terreno en el que les aseguraron que encontrarían restos y no han hallado nada. Que sí han encontrado fosas en estos años, pero que finalmente en esta Brigada Nacional han confirmado algo a lo que se resistían, que arañaban apenas como una cruel mentira para desanimarlas. Dice que creían ser engañadas con las “cocinas”. “Yo siento que ya no lo voy a encontrar nunca”, confiesa frente a un árbol de mango muy tupido y con una corteza que, creen, mantiene vestigios de impactos de bala. Pero recobra la serenidad y agrega que ya no sólo es luchar por su historia, sino que lucha por los demás. Por los que están empezando este camino. Por los que quedan. Lee también: La fosa más grande del país: Colinas de Santa Fe (Artículo) La idea de las “cocinas” se va instalando en el imaginario del colectivo que ha escalado cerros y recorrido predios urbanos en el norte de la entidad. Para María de los Ángeles Ortiz, madre de Ángel Raymundo Castro Ortiz, desaparecido el 16 de marzo 2015 a los 19 años de edad, la última pista de su hijo apunta a la Policía Intermunicipal en Poza Rica. También busca en este rancho desde donde se puede ver despectivamente al lujoso, cercado, pero carente de árboles, fraccionamiento a las afueras de Poza Rica. El paisaje acá arriba es fabuloso. Todo resuma verde y vida. Sería un lugar en donde te imaginas un fin de semana con amigos o familia, me diría más tarde Yadira, de Querétaro, si no fuera porque lo que les llevó hasta ahí fue la pista de restos humanos inhumados. La esperanza, más bien. Mientras la Brigada hace una pausa y las garrapatas nos hacen sus presas, María de los Ángeles reflexiona sobre las “cocinas” y el nivel de inhumanidad alcanzado. Insiste en que si ya los asesinaban, por qué desaparecerlos. Que los hubieran dejado expuestos “para tener un lugar donde llorarles”. Porque sólo queda la opción de llorar cuando van a estos sitios, cuando salen a buscar porque no tienen idea de en qué lugar quedaron. “Realmente eso es un dolor muy muy grande. Con eso siente uno que muere más. Que de por sí está uno muerta en vida”. Entonces las “cocinas” del contubernio y el ocultamiento del Gobierno son para María algo así como una estocada al corazón: “como si te hubieran echado la última palada de tierra”.
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